lunes, 3 de noviembre de 2014

¡DEJA IR! ¡DEJA QUE DIOS SATISFAGA TU NECESIDAD!

Si estás ansioso, tenso o preocupado por cualquier cosa en tu vida, querido amigo, comienza ahora a descansar, a dejar ir y a permitir que Dios satisfaga tu necesidad.
No importa lo que parezca que falta en tu vida —bien sea una persona muy querida, un lugar especial, una actividad de gran valor o un sentimiento de bienestar— ten la seguridad de que Dios satisface tu necesidad ahora mismo.

Respira profundamente. Exhala despacio y di en silencio: Dejo ir. Permito que Dios satisfaga mi necesidad. Acepta la realidad de que la sabiduría de Dios está siempre presente y disponible, lista para llenarte de comprensión, luz y vida nuevas. Permite que Dios llene todo vacío que parezca separarte de los deseos de tu corazón. ¡Deja ir! ¡Permite que Dios satisfaga tu necesidad!

La luz, la sustancia de Dios y la actividad divina se moverán en ti y por medio de ti a medida que dejas ir. El proceso creativo de Dios aguarda tu aceptación de su acción productiva y sanadora. Permite que tus pensamientos sean elevados. Permite que la presencia de Dios disuelva tus temores y dudas y elimine cualquier duda. Deja ir y permite que Dios en ti haga la obra.

Comienza ahora a descansar del afán y el esfuerzo de cuestionar, planificar y razonar. Toma unos momentos durante el día para calmar tu pensamiento y poner toda tu atención en las palabras: Dejo ir. Permito que Dios satisfaga mi necesidad.

Inmediatamente, experimentarás beneficios visibles y tangibles, en lo externo y en lo interno. Sentirás fortaleza, fe y valor renovados. Tus oraciones serán más efectivas y tu comprensión de la presencia de Dios en ti será más clara. Encontrarás que el amor de Dios se encarga de lo que no puedas lograr. Al dejar ir, Dios satisfará libre y abundantemente cada necesidad.
Dios siempre provee conocimiento, guía, comprensión, fe, curación, provisión, o cualquier otra cosa que necesites. Lo que quiera que tu experiencia de vida parezca ser, tienes —en este mismo momento— una oportunidad de dejar ir tu lucha personal y permitir que Dios se mueva en ti y por medio de ti para satisfacer todas tus necesidades.

Durante el punto más crítico de la vida de Jesús, cuando las mentes y los corazones de Sus discípulos parecían totalmente vacíos de valor y fe, sus necesidades fueron satisfechas. A medida que los discípulos veían el ejemplo asombroso de la tierna entrega de Jesús, aprendieron acerca del poder milagroso de dejar ir y dejar a Dios actuar. Sus ojos, mentes y corazones se abrieron al mensaje de vida abundante y eterna y amor para toda la humanidad.

El amor y la bondad de Dios siempre llenarán toda necesidad en tus circunstancias, todo anhelo de tu corazón, todo deseo de tu alma de paz y seguridad, y todo buen deseo de la expresión de vida eterna y bienestar.

Aunque a veces parezca que estás separado de lo que ha sido tu gran fuente de comodidad, seguridad o provisión, recuerda: Dios siempre satisface tu necesidad. No importa cuán grande parezca la separación entre tú y la solución a tu deseo más anhelado, puedes confiar en Dios. Repítete una y otra vez, tan a menudo como lo necesites: Dejo ir. Permito que Dios satisfaga mi necesidad.

Deja ir. Permite que Dios satisfaga tu necesidad. Dios nunca deja un vacío. Dios nunca te abandonará. La presencia divina de amor y sabiduría siempre alimenta tu alma en su desenvolvimiento gradual del potencial espiritual. El poder de Dios siempre obra en toda circunstancia. Al dejar ir y confiar en Dios, todo es transformado —sí, todo— en una bendición. Dios continuamente ilumina los lugares oscuros, suaviza lo áspero, endereza lo torcido y llena lo vacío —con bondad amorosa y gozo abundante.
Deja ir. Permite que Dios satisfaga tu necesidad. Permite que el proceso creativo de Dios comience ahora a llenar cada punto en tu vida que necesite el toque del amor divino y el poder sanador. Dios está listo para hacer lo que no puedes hacer por ti mismo.


Por Mary L. Kupferle

domingo, 2 de noviembre de 2014

APRENDIENDO A MORIR…

Vivimos dentro de una cultura que no nos permite morir. Todo lo que sea renovarse, cortar con el pasado, transformarse o hacer cambios, es mirado como un acto revolucionario y son pocos los que se atreven.

No nos han enseñado a morir lo cual suena paradójico porque si algo tenemos seguro al momento de nacer es que un día moriremos.

La muerte es parte de la vida. Algunas culturas la ven como la consagración de la existencia y mirada así resulta esperanzador, pero nosotros, los occidentales vivimos siempre haciéndole el quite a todo lo que pueda acercarnos a la idea de que un día ya no estaremos más aquí o de que quienes amamos no puedan seguir acompañándonos.

Vemos la muerte como esa cruel enemiga que nos arranca a nuestros seres amados cuando en realidad la muerte es una simple mensajera nuestra a quien la hemos encomendado la tarea de llevarnos una vez que hemos cumplido el contrato acá en la Tierra. Somos nosotros quienes decidimos cuando y como partiremos, pero como estamos tan sumamente dormidos, no lo recordamos.

El alma sabe que un día dejará de vivir la experiencia a través de este cuerpo y por eso siempre nos está invitando a vivir la vida intensamente. Pero el ego vive preocupado de que van a decir los demás si nos alejamos de las formas pre establecidas y nos atrevemos a vivir desde el alma y por eso nos privamos de emociones, sensaciones, experiencias y de muchas alegrías y sonrisas por llevar una existencia en donde son los demás –el sistema o ego– quien decide como debemos vivir, pagando muchas veces el precio de la infelicidad por no atrevernos a ir por los caminos hacia los que el corazón –Alma– nos susurran.

Aprendiendo-morir
A veces el miedo a morir es porque intuimos –el alma siempre sabe– que aún no hemos cumplido mucho de lo que nos propusimos al venir a la Tierra, y lo que es más: aún no hemos cumplido el contrato, ese que firmamos antes de nacer en donde sabíamos que naceríamos para llevar a cabo una misión. Recordar la misión nos lleva gran parte de la vida y realizarla es siempre una decisión. Así como en este viaje terrenal muchas veces nos comprometemos a hacer cosas que luego olvidamos y otras nos sentimos incapaces de realizar, en el plano energético sentimos el impulso de realizar tareas que nos ayudan a evolucionar, pero una vez encarnados nos falta coraje o decisión para hacerlo. Tenemos libre albedrío y nada puede obligarnos a cumplir, pero es como si perdiéramos una encarnación. Siempre se aprende, pero no consumar lo pactado nos hace sentir gran insatisfacción.

El verdadero enemigo nuestro no es la muerte sino el apego, ese sentimiento que nos impide liberar y dejar partir a nuestros seres amados. Nos aferramos a ellos, a sus recuerdo y los mantenemos atrapados en este plano impidiéndoles elevarse y  ellos, al ver o sentir nuestro dolor, se quedan acompañándonos, alimentándose de nuestras energías. Es imposible no recordar a los que han partido, pero es distinto evocarlos con alegría, con gratitud a recordarlos con lágrimas y dolor porque eso los mantiene sufrientes y encadenados a este plano.

Hay que darse permiso para hacer el duelo. No somos seres iluminados, no hemos trascendido del todo los apegos ni el sufrimiento y podemos llorar por la partida de alguien que amamos. Pero si tenemos la certeza de que sigue habitando en otro plano, es como si se hubiese marchado a otro país, muy lejos donde no podemos verle pero el lazo de amor sigue vivo y mantenemos la convicción de que algún día podremos volver a abrazarlo…

Si miramos los campos repletos de flores en primavera y desnudos en otoño podemos entender el ciclo eterno de la vida y el morir.

Para poder disfrutar de esos campos bordados de flores antes tuvo que haber una muerte. Murió la flor y dejó su semilla… muere la semilla para dar paso al flor y así, con cada ciclo, se va formando la espiral de vida…

La muerte siempre viene a recordarnos que somos simples pasajeros de esta vida… que estamos de paso y sería bueno empezar a hacer consciente que tarde o temprano partiremos dejando atrás solo un recuerdo… y de lo que estamos haciendo hoy depende que ese recuerdo sea grato o ingrato.

En Amor y Conciencia.

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