Buscando la etimología de la palabra enojo, me impresionó encontrar que el verbo enojar proviene del latín inodiare, que está directamente relacionado con el término odio. ¡Vaya sorpresa! Qué calibre de emoción, pensé. Por cierto, el diccionario define el enojo como: “movimiento del ánimo que, como resultado de algo que nos contraría o perjudica, nos dispone contra una persona o cosa.” Yo agregaría: o contra uno mismo. Detrás de cada reacción explosiva hay una necesidad o peor aún, una pérdida de control, impotencia o frustración. Hasta podrías llegar a pensar que existen motivos reales y justos para cada uno de tus enojos. Lamento decirte que es solo tu percepción. No se trata de los demás, se trata de nosotros mismos. Esa maña que tenemos de enfadarnos con todo y por todo. Que si me dijo, que si me hizo, que si el tráfico está lento, que no nos dan la vía. ¡Si con cada segundo de enojo los carros se movieran un metro al menos! pero no; la situación normalmente no se modifica con enfurecimiento. Desde la conciencia del amor, la tolerancia y la aceptación, la enseñanza es elegir diferente y resistirte a gritar, explotar, insultar, castigar, descalificar, maltratar y más bien canalizar esta desagradable emoción que es el enojo, de otra manera. Ahí está el trabajo de cada uno de nosotros. Nada justifica el enojo. Alguien comentaba en estos días: “es que no quiero seguir dejándome de nadie, me dan unas ganas de mandar todo y a todos para el cacho de la luna (una expresión muy de mi tierra)”. No le dije nada, pero por mi mente pasó: bueno ¿y que tal si mejor mandas lejos a todos esos patrones de pensamiento, tus creencias, tus ideas tan arraigadas, tus emociones insanas y a tus hábitos de reacción que ya están mandados a recoger y que te hacen inflexible, rígido y mal humorado? El enfado, la ira, el mal genio, la irritabilidad, la furia, la cólera, ponle la etiqueta que primero se te ocurra, igual no valen la pena. No solo repercuten en tu entorno familiar, social y profesional, sino que van directamente a tu salud, se instalan en tu cuerpo y te enfermas. Volver a empezar la vida es algo que puedes hacer cada segundo. Desprenderse del antiguo “tu” y de tus pasadas formas de reacción es lo que abre las puertas al ser de luz que espera brillar. Realiza una introspección y comienza a observar qué es lo que hay detrás de ese enojo que mantienes. ¿Es el temor a que la persona que está frente a ti no te entienda? ¿Miedo a perder algo o alguien?, ¿Es el deseo de imponer tus puntos de vista o a que vean la vida como tú la ves?, ¿Miedo a sentirte frágil? ¿Que te tilden de “equivocado”? ¿Estás bravo contigo mismo porque no tomas decisiones?. Supongo que estás ahora mismo identificando cuál es la razón o las razones que generalmente te enfadan. Se compasivo con los demás y contigo mismo. Desde hoy renuncia a identificarte con todo sentimiento de enojo. Renuncia al hábito de disgustarte. Reconoce que nada ni nadie tienen poder alguno para hacerte salir de casillas. Es un hecho: tu verdadera naturaleza es noble, tranquila, amorosa y feliz. Regresa al camino de poseer tu propia vida. El enojo tiene que ver mucho con el control. No lo acumules, ve hasta su raíz y procesa eso que te frustra, que te mantiene insatisfecho y atiéndelo. Si te haces el loco y no lo trabajas, llega la hora en que literalmente te enfureces como Hulk o peor, día a día vas expulsando pequeñas dosis de rabia por doquier. En esos momento de enojo, antes de cualquier reacción, observa el marco total de la situación, el panorama completo, no la partecita irritante y elige a Dios llenándote de Su Amor, Su Paz y Su Luz para no andar a la defensiva, listo a atacar. En su lugar, respira profundo varias veces e invoca a tus ángeles de la guarda para que te envuelvan en una esfera de luz color blanco azulado que disipe la rabia y tranquilice tu mente, cuerpo y espíritu. Decreta: “En esta ocasión elijo amar más y mando luz a esta circunstancia…a esta persona que me irrita”. Pide ayuda, entrégale tus emociones al Padre. Entre más dilates comprender y soltar, más sufres. Como ya lo mencioné, trabajar las emociones negativas más que erradicarlas tiene que ver con conocer y entender su origen. Para que no te quedes con nada y no tengas que “explotar” apóyate en tus amigos celestiales, en los arcángeles Rafael y Haniel, y en los ángeles Reiyel y Poyel para que te ayuden a exteriorizar tus emociones no tan positivas, de una manera responsable y creativa en la que no te hagas daño a ti mismo, a ninguna otra persona, ni al entorno. No es que no podamos enojarnos, somos seres humanos. Lo que no podemos es quedarnos en la emoción y sumergirnos hasta ahogarnos de rabia. Tampoco se trata de reprimir ni ocultar. Si estás molesto con alguien, hazle saber de manera clara y respetuosa cómo te sientes. Es prudente además, si es el caso, poner un poco de distancia mientras el carácter se apacigua. Ahora, cuando el enojo es ajeno, antes que nada no juzgues y mejor analiza si es tu propia frustración la que estás viendo reflejada en la otra persona. “Es que yo siempre estoy bien, pero es que el/ella saben cómo sacarme de quicio”. Recuerda que quienes más nos irritan nos muestran esos rasgos negativos que también están en nosotros, aunque no los queramos reconocer. El miedo se disfraza de enojo o, dicho en otras palabras, el enojo enmascara al miedo. Cuando estás enfadado, todo te exaspera, te choca, cualquier detalle por mínimo que sea. Hazte un compromiso y elige ver a los demás como son, no como tú deseas que sean y sobretodo decide dejar de pensar que ellos son los equivocados. Otro de las triquiñuelas del enojo es la manipulación, mecanismo ruin para conseguir cosas. “Claro, si me veo bravo, nadie se mete conmigo, no me hacen daño, no me molestan, no me contradicen y hacen todo lo que ordeno”. Este comentario procede del ego, que le encanta robarnos nuestro poder. Trae por un momento a tu mente a un jefe malhumorado, un cliente enfurecido, una pareja indignada, o por qué no, a ti mismo. ¿Qué sientes? Son tus reacciones, tu actitud y la forma como lo exteriorizas. Antes de terminar, ¿recuerdas la pasada reflexión sobre la energía del color? El enojo es rojo, por eso nos ponemos colorados de ira. Para contrarrestar su efecto, usa el azul con las técnicas que te mostré anteriormente en la segunda parte de la Lección de Angelocolorterapia. El enojo se vence en la medida que analices su causa y las falsas creencias que lo detona y tomes medidas para procesarlo. Ya es hora de que nos respetemos el uno al otro. La vida es una escuela y todos estamos aquí para aprender y graduarnos. Analiza si esta materia llamada “enojo” hace parte de las que vienes a estudiar y si la estás aprobando. No pienses que exagero, pero si nos amáramos lo suficiente, no tendríamos necesidad de reaccionar. El enojo es reacción, puro efecto, no causa. Elijo a Dios y a su amor en mi interior. Martha Muñoz Losada.
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