«El
Señor es mi Pastor». El primer verso ya nos dice que hay que leer todo el poema
como una imagen para hablar de la relación entre el orante y Dios. El título de
«pastor» para nombrar a los reyes y guías del pueblo es habitual en el Oriente
antiguo, así como en Grecia y en otros pueblos. La Biblia lo utiliza varias
veces para hablar de Dios, tanto en los libros históricos como en los
proféticos, en los poéticos y en los sapienciales (Génesis 49, 24; Isaías 40,
11; Salmo 80, 2; Eclesiástico 18, 13; etc.). Dios mismo, en el capítulo 34 del
profeta Ezequiel, se compara a sí mismo con un Pastor que quiere cuidar,
proteger y alimentar a sus fieles. Como los jefes del Pueblo han sido malos
pastores, porque han utilizado a las ovejas en su propio provecho, Dios se
ocupará personalmente de cada una, cubriendo todas sus necesidades: «Vosotros
os bebéis su leche, os vestís con su lana, matáis las ovejas gordas, pero no
apacentáis el rebaño, ni robustecéis a las flacas, ni vendáis a las heridas, ni
buscáis las perdidas... Yo mismo buscaré a mis ovejas y las apacentaré...
Buscaré a la oveja perdida y traeré a la descarriada, vendaré a la herida,
robusteceré a la flaca, cuidaré a la gorda. Las apacentaré como se debe». Son
imágenes tiernas, que nos hablan de un amor personal de Dios por su rebaño, que
no nos trata a todos por igual, sino que sale a nuestro encuentro, respondiendo
a las necesidades y esperanzas concretas de cada uno.
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