Es momento para tomar conciencia y
escuchar profundamente nuestra alma dejando que nos guíe, sintiendo hacia dónde
queremos ir y cómo, en definitiva… preguntándonos que significado, sentido y
propósito queremos darle a nuestra vida.
La Navidad es una fiesta que tiene su
correspondencia con el Solsticio de invierno. Desde tiempos remotos se han
realizado celebraciones y rituales durante la noche más larga del año, el
momento en el que se cierra el círculo y a partir del que los días empiezan a
ser un poquito más largos. Y aunque el solsticio es justo el momento en el que
comienza el invierno, la estación más fría en el hemisferio norte, también nos
recuerda que existe la esperanza de que llegue la primavera y vuelva a brotar
la vida en la tierra.
El solsticio de invierno marcaba el
renacimiento del Sol en la cultura romana y en otras culturas como la celta.
Los pueblos antiguos celebraban el solsticio de invierno, el nacimiento del sol
con fiestas, rituales y ceremonias colectivas en las que había un lugar para
los cantos y las danzas. Las grandes hogueras tenían la función de proporcionar
calor y recordar la fuerza de un sol recién nacido que empezaba su recorrido
hacia la primavera, inundando la tierra con su poder regenerador. Las hermosas
ruinas de Stonehenge en Inglaterra fueron en su día un importante observatorio
astronómico para celebrar los solsticios y sintonizarse con los ciclos del sol
y de la luna.
El solsticio de invierno era el
acontecimiento que representaba la renovación de la naturaleza, el auténtico
nacimiento del Sol tras el que la vida comenzaba a despertar lentamente de su
letargo y los seres humanos veían renovadas sus esperanzas de supervivencia,
gracias a la fertilidad de la tierra. Y así como en la tierra las semillas
esperan el momento en el que han de germinar, algunos aspectos en nuestro
interior anhelan la oportunidad de que llegue la hora de que al fin los
escuchemos.
Aprovechemos la Navidad para un
verdadero acercamiento con nuestros seres queridos
Hace siglos que celebramos la Navidad
pocos días después del solsticio y algunas tradiciones antiguas aún prevalecen.
Los árboles se decoran con bolas de colores y el muérdago mágico que se recoge
y coloca en algunos hogares, nos recuerda los rituales y aquellas celebraciones
que se remontan a miles de años atrás. Es simbólicamente un periodo para poner
fin, cerrar para volver a abrir y empezar de nuevo, en el que sintonizar con
los ritmos del sol y realizar rituales de transición para resurgir como el ave
fénix.
El solsticio de invierno es el momento
a partir del cual nos empezamos a acercar al sol y los días empiezan a ser más
largos; se invierte el ritmo hacia la expansión, lo que proporciona un gradual
aumento diario de la luz. No olvidemos que los ciclos forman parte esencial de
la vida, nos hablan de la transformación de la naturaleza y del cambio
inherente a la vida. Comienza el invierno, un tiempo propicio para el silencio,
la interiorización y la reflexión consciente, y como no, también para el
reencuentro.
Así pues, la Navidad es un periodo de
finalización y comienzo de etapa. A nivel individual, es un momento adecuado
para ocuparse de los asuntos pendientes, hacer limpieza en general (ordenar la
casa, papeles, libros, ropa…) y hacer también limpieza en el plano emocional,
poniendo en orden aspectos internos de la propia vida. Algunas personas
aprovechan para hacer ayunos y desintoxicar el cuerpo.
Un tiempo que invita a la renovación,
a deshacerse de lo que sobra y crear espacio para abrirnos a lo nuevo. Cabe
aquí el uso de velas e inciensos que ayuden a crear un amiente propicio para
revisar y tomar de conciencia tanto de lo que se ha realizado durante el año
como de los nuevos deseos y proyectos, para finalmente discernir entre los
aspectos caducos que queremos dejar atrás y aquellos que deseamos sembrar para
que den sus frutos. Recordemos que todos albergamos semillas en nuestro
interior. Semillas de amor, honestidad, humildad e integridad; semillas de
gratitud, solidaridad y compasión.
Hagamos de ésta una Navidad diferente
que de verdad merezca la pena.
Es momento para tomar conciencia y
escuchar profundamente nuestra alma dejando que nos guíe, sintiendo hacia donde
queremos ir y cómo, en definitiva preguntándonos que significado, sentido y
propósito queremos darle a nuestra vida. “Todo tiene su momento, y cada cosa su
tiempo bajo el cielo: su tiempo el nacer y su tiempo el morir; su tiempo el
plantar y su tiempo el arrancar lo plantado…”, y así hay también un tiempo para
compartir, participar y formar parte de un todo mayor, un tiempo donde poner en
práctica esos nuevos propósitos que quieren emerger del fondo de nuestro alma.
Ciertamente, en Navidad millones de
personas en todo el mundo sienten la necesidad de volver a sus lugares de
nacimiento para re-unirse y reencontrarse con su familia de origen. Ahora bien,
en lugar de que el viaje sea, como sucede a menudo, una mera formalidad vacía
de contenido podríamos aprovecharlo para un verdadero acercamiento, encontrando
momentos para hablar con cada miembro de la familia, abriendo nuestro corazón y
compartiendo lo que haya en él: sueños, esperanzas, temores e ilusiones.
Conversar con niños y mayores de manera que lo primordial sea precisamente esos
encuentros de persona a persona en los que se traten temas relevantes para
todos.
La celebración de la cena de Nochebuena
o la comida de Navidad re-unidos, como los míticos Caballeros de la mesa
redonda, podemos vivirlas como una metáfora de la Unidad, del círculo sagrado
que a todos nos une y del que todos los seres humanos, sin exclusiones,
formamos parte. Es éste un buen momento para recordar a aquellos que ya no
están, para los que formaban parte y se han ido y hacer un brindis en su
memoria -aunque ello suponga algunas lágrimas- para traerlos a la nuestra y que
ocupen el lugar que les corresponde en nuestros corazones.
Hagamos que en esta Navidad no haya un
yo frente a un tu, ni un nosotros o ellos, si no todos nosotros
Hagamos de ésta una Navidad diferente
que de verdad merezca la pena, una Navidad en la que estemos presentes y
conscientes, cuyo significado profundo penetre en nuestros corazones. Una
celebración de la Navidad, como en su día lo fuera la del Solsticio de
invierno, tiempo de nacimiento y renacimiento, cambio y regeneración, fuego y
calor que una y reúna a los diferentes grupos humanos.
Una Navidad en la que prevalezca la
Unidad en la diversidad y conectemos con nuestra capacidad de amor y entrega
compasiva a los demás, para encontrarnos, reencontrarnos y vernos en el otro.
Una Navidad como metáfora del renacimiento de lo amoroso y vulnerable en nosotros,
capaz de conmoverse con el otro. Tiempo de Unidad y fraternidad sin dualismos
donde no haya un yo frente a un tú, ni un nosotros o ellos, si no todos
nosotros.
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