Cuando me dispongo a escribir las
lecciones angelicales, diversos son los motivos que me inspiran a hacerlo.
Puede pasar que la divinidad plante un tema en mi mente (que es lo más
frecuente), que haya estado experimentando alguna situación en particular o que
recientemente haya visto en consulta pacientes con un patrón recurrente, entre
otros. Esto último es la base de la siguiente reflexión.
Para empezar, te comparto un bello
cuento Cherokee (tribu norteamericana), que hace ya rato largo leí.
“Una noche un anciano Cherokee, le
contó a su nieto sobre una batalla que se mantiene dentro de la gente. Dijo:
“Hijo, la batalla es entre dos lobos en el interior de todos nosotros.
Uno es el Mal. Es la ira, la envidia,
los celos, la presunción, el dolor, el odio, la avaricia, la arrogancia, la
autocompasión, el resentimiento, la inferioridad, las mentiras, el orgullo, la
lujuria, la superioridad y el ego.
El otro es el Bien. Es el gozo, la
paz, el amor, la esperanza, la serenidad, la humildad, la bondad, la
benevolencia, la empatía, la generosidad, la verdad, la compasión y la fe.”
El nieto lo pensó un momento y luego
le preguntó a su abuelo: ¿Cuál lobo gana? El anciano Cherokee simplemente
contestó, “El que tú alimentes.”
De eso se trata, de las emociones con
las que nutrimos nuestro ser y específicamente, cuando nos sentimos en
desarmonía, incomodidad, enojo, tristeza, decepción, es decir, “en batalla con
otro”, es dentro nuestro donde está el trabajo de sanación por hacerse.
Y no solo es con personas que nos
enganchamos, también con lugares y hasta con eventos, obviamente pertenecientes
al pasado. De hecho, no son más que proyecciones que tejemos en nuestra mente
para trasladar u ocultar el desamor que sentimos hacia nosotros mismos.
Ya he mencionado que nuestro mundo
exterior es copia y reflejo de nuestro interior. De ahí, que es por dentro que
debemos nutrirnos y fortalecernos de amor, esta es prácticamente nuestra misión
prioritaria. Y, ¿de qué amor estoy hablando? Del real, el origen, el amor
incondicional, el que nos brinda Dios. Luego, todo lo demás llega por añadidura
y complemento.
Cuando reconocemos y aceptamos a Dios
internamente, las demás expresiones del Amor Divino también surgen: el amor
propio, al prójimo, el de pareja, la amistad, el filial, fraternal, a los
animales, a la naturaleza en general, etc.
Entendiendo que el Amor de Dios ya es
nuestro y nos pertenece, que somos amados infinitamente por el Creador y que es
su Amor y el de los divinos ángeles lo que verdaderamente nos rescata de
sentirnos íntimamente vacíos, el siguiente paso es aprender a amarnos a
nosotros mismos.
Entonces:
¿Qué tal si te amas sin reservas ni
condiciones?
¿Qué tal si te aceptas y le das valor
a tu existencia, a lo que eres realmente y por qué no a lo que tienes que es
todo lo que necesitas y te corresponde aquí y ahora?
¿Qué tal si ves más allá de tus
figuradas fallas, honras el Dios en ti y recuerdas que eres completamente
inocente?
No interesa lo que otros hayan hecho o
dicho de ti; cuando te amas a ti mismo, cuando piensas, hablas, sientes y vives
con amor y desde el amor, el drama y el conflicto dentro tuyo se esfuman y se
funden en la certeza que representa el comprender que ya eres amado eternamente
y que estás aquí para amar y ser feliz.
Eres un ser de amor y en consecuencia
digno de ser amado. Pide a tus ángeles de la guarda que te lo recuerden
constantemente y te ayuden a retirar cualquier rezago de miedo que te haya
bloqueado de experimentar y observar el amor literal dentro de ti. El Amor
Divino es verdadero, siéntelo y encárgate de instaurar el amor propio. Nadie
más lo puede hacer por ti.
Llenos de la Presencia de Dios, ya no
habrá espacio para luchas internas. Proponte entonces concederle cada día, más
lugar al amor y menos oportunidad al ego de que se acomode en tu mente. Por
supuesto, ya sabes a quienes puedes invitar en esta tarea: a tu equipo de
ángeles, arcángeles y otros seres de luz.
Esta mañana, por ejemplo, muy temprano
me desperté en gratitud con estos pensamientos de amor dentro y hacia Dios y le
expresé:
Gracias Señor por mi despertar.
Gracias por todo mi ser. Gracias por toda la asistencia angelical.
Elijo caminar siempre hacia ti,
gracias por dirigirme.
Quiero verte en cada persona con la
que hoy me encuentre, en cada acción, cada detalle de mi día.
Por mi libre albedrío, decido
escucharte en mi corazón, esa es la única voz interior que atiendo. Háblame
también a través de mis hermanos.
Gracias Padre porque puedo
comunicarme; estoy dispuesta a usar mis palabras de manera asertiva.
Gracias por mi lucidez y claridad
mental; es mi intención hoy y siempre crear a partir de la conciencia del amor.
Gracias por mis lecciones, estoy
aprendiendo de ellas. Elijo sentir el gozo que proviene de la confianza de que
Tú y los divinos ángeles me apoyan y acompañan. Yo contigo aprendo a amarme tal
como Tú me creaste.
Gracias por sostenerme, por vivir en mí.
Gracias por el amor. Gracias por
amarme, yo a Ti te amo con todas mis fuerzas y también elijo amarme a mí misma.
Amén.
Esta es una de las maneras, charlar
con Dios, que con mayor frecuencia uso para instaurar el amor dentro de mí,
permitiéndole que Él sea la mente con la que pienso y actúo. Si es tu elección,
convoca a tus ángeles y hazlo tú también.
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