En un reino lejano existió hace algún
tiempo una bella flor. Su nombre: Juno. Era inquieta como todas las demás pero
única. Un buen día, Dios encontró un jardinero para que la cuidara. Y ella
feliz aceptó ser consentida. También asignó a algunos ángeles y arcángeles para
que custodiaran esta relación.
El Jardinero tenía otro oficio, pero
sin darse cuenta asumió con alegría su nueva función. Solo se requería que
estuviera pendiente de ella, que le brindara el agua suficiente para mantenerla
hidratada, que la moviera del sol si estaba muy fuerte y la protegiera del frío
en la noche. No era gran cosa lo que tenía que hacer y él estaba motivado. Los
ángeles celebraban este encuentro.
Poco a poco, el Jardinero se fue
encariñando con la flor y ella con él. Le hablaba, le cantaba y hasta le
bailaba. Ella mientras, disfrutaba con su ternura y gracia. El amor comenzó a
surgir. Solo que tenía un gran matiz de apego, lo que no lo hacía tan
incondicional para inicialmente ser amor verdadero.
Algunas personas que pasaban por el
lugar saludaban a Juno y ella contestaba con una sonrisa. Al Jardinero no le
gustaba eso, se sentía celoso, sentía que ella le pertenecía y le reclamaba
constantemente a Juno. De ser tierno, cualidad que a la flor le encantaba, pasó
a ser enojón y hasta grosero. Muchas peleas se entablaron y muy seguidas en
tiempo. Los ángeles observaban y oraban por ellos.
Bella flor
Él no se daba cuenta, pero a ninguno
de los dos le hacía bien esta actitud. Cuando el Jardinero se disgustaba,
descuidaba a la flor. No había agua ni palabras bonitas. Ella en silencio
esperaba. Entendía que el que se enoja tiene doble trabajo: enojarse y contentarse
solo.
Pero a este Jardinero, al que ella ya
había aprendido a amar, le costaba recuperar su paz. A Juno, que le encantaban
las historias de mitología griega (ella misma tenía nombre de diosa, pero
romana), el Jardinero le recordaba al mismísimo Poseidón, el temible y
caprichoso dios del mar, que hacía temblar la tierra y armaba tormentas en los
océanos cuando se molestaba.
El conflicto y los roces continuaban
pero como todos, Juno y el Jardinero contaban desde el cielo con mucha
asistencia. Un grupo de ángeles contemplaba la escena completa desde una
perspectiva elevada y una mañana la situación se complicó. El Jardinero
abandonó a Juno; se enfureció tanto con ella, que no le importó descuidarla y
echarla a un lado. La comunicación se cortó, la relación se quebró.
Los ángeles querían ayudar, veían a
Juno llorar y marchitarse por dentro. Ella trataba de estar bien por fuera y
continuaba sonriendo. El Jardinero también sufría. Buscaron a Dios y le
preguntaron qué podían hacer. El creador les dijo: “confórtenlos y custodien,
pero no intervengan a menos que ellos se los pidan. Es su elección y lección.
Ambos, Juno y el Jardinero están aprendiendo y despertando en Mi”.
Dios y sus amorosos mensajeros
celestiales, guiaron a algunas personas, para que se ocuparan de las aparentes
necesidades terrenales de Juno y así, cuando pasaban cerca le ponían agua, le
hablaban y entretenían. También velaban porque el Jardinero estuviera bien y a
salvo. La comunicación entre ellos seguía interrumpida.
Los días transcurrieron. Entre tanto,
Dios iluminaba sus mentes y ponía fe, certeza y amor en cada uno de los
corazones de sus hijos amados: Juno y el Jardinero. Los dos eran igual de
importantes para Él. Su Plan era perfecto y justo para ellos.
Juno estaba confundida, se sentía mal,
no comprendía lo que había sucedido y pensaba que desfallecería sin los mimos
del Jardinero; quería volver a verlo y escucharlo. En sueños, un ángel se le
presentó y le recordó que ninguno de los dos era culpable y que no debía poner
cargas sobre los hombros del Jardinero. “Respeta su decisión”, le dijo. “Él es
tan libre como tu. Agradece todo lo bonito que te brindó mientras te acompañó y
bendícelo. Recupera tu alegría y tu color. Tranquila, Dios es tu sustento y no
hay amor más grande que el Suyo. Estamos contigo donde quiera que vayas, el
amor de Dios es lo único que requieres”.
Llegado el momento, Dios le habló al
Jardinero:
“Hijo amado, desatendiste tu tarea. El
propósito no era administrar, controlar ni mucho menos celar a Juno. De ella,
de ti y de todas mis creaciones, me encargo yo. A nadie descuido, todos están
bajo mi protección. A todos los preservo y asisto por igual.
Tu lección es aprender a amar. Con
desprendimiento, con libertad, con incondicionalidad. Confundiste el amor con
posesión. Juno no es tuya, nadie es dueño de nada. Pero, es en el compartir,
interactuar y relacionarse entre ustedes desde el amor, que aprenden a perdonar
y regresan a Mi. Ninguno entra al Reino de los Cielos solo.
Las cosas no son como parecen. Te
había asignado a Juno, a ella le concierne ser tu canal de aprendizaje. Aunque
comparten la situación, ella también tiene su propia lección, distinta pero
correspondiente con la tuya. Este evento les está sucediendo a ambos, pero por
razones diferentes.
No te condeno ni te juzgo, te amo y
para mi eres tan inocente como yo mismo. Tampoco te juzgues, ni lo hagas con
Juno. Con ella también he hablado. Los conozco a los dos, los creé a los dos,
los amo a los dos.
Siempre te ofrezco la posibilidad de
elegir de nuevo, cada día, cada instante tú decides el rumbo de tu vida. Estoy
aquí para ayudarte y te envío a diario muchos ángeles para que iluminen tus
acciones, todo está a tu favor si lo deseas. Llénate de mí y empieza de nuevo. Él
ahora es todo lo que hay, es hoy que puedes darle un giro y el desenlace que
ansías. Vuelve al amor, esta historia aún no tiene final, lo moldearán tú y
Juno. Te amo”.
Juno y el Jardinero simbolizan,
personifican y caracterizan las relaciones interpersonales viciadas por el
mundo en el que vivimos. Cualquiera: de pareja, socios, familiares, amigos,
compañeros, conocidos, etc.
¿Qué contamina una relación? El
control, los celos, la venganza, el resentimiento, el orgullo, la manipulación,
el victimismo, la baja estima, el deseo de tener la razón, entre otros. La vida
es simple, el ego es complejo y lo enreda todo.
Si el anterior relato resuena con tu
propia experiencia de vida, busca las herramientas celestiales y humanas para
sanear tus relaciones. En previos artículos, ya he reflexionado sobre la
aceptación de las lecciones personales y las ajenas. Ahora, cuando compartimos
lecciones con alguien mas, gústenos o no, esa persona nos obliga a crecer y nos
muestra nuestra capacidad individual de amar y perdonar. Haz tu tarea,
bendícelo y sana tus heridas.
Sírvete de mí por favor, Padre.
Martha Muñoz Losada.
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