El despertar espiritual no es una meta
a alcanzar en el futuro, porque el ‘futuro’ es sólo de la mente. No se trata de
un destino fijo o final, ni tampoco de un estado reservado para gente especial
o para los gurús iluminados.
No es una experiencia fuera del
cuerpo, sino una constante invitación – abrazarte, aceptarte a ti mismo
exactamente cómo eres, hoy, en toda tu gloriosa imperfección.
Es un profundo y ancestral llamado a
abrirte radicalmente, a abrazar tanto el dolor como la alegría de la vida; a ser
inmenso, lo suficientemente inmenso como para acoger la felicidad y el miedo,
el dolor y el asombro, la risa y el profundo anhelo de ser libre. Para incluir
cualquier cosa que se manifieste ardientemente en un gran SÍ.
Para ser lo que eres. La vida misma.
Despierta, viva.
Esta ‘profunda aceptación’ como la
llamo, no es pasividad ni desapego espiritual, sino una honesta validación de
la apariencia que nos ofrece la vida hoy. No significa renunciar a la
posibilidad del cambio, porque todo cambio real emana del SÍ a este día.
La relajación en medio del estado en
que las cosas se encuentran, el sumergirnos en la escena del hoy, libera todos
nuestros mañanas y es la fuente de toda creatividad, y de todas las respuestas
genuinas.
Independientemente de lo poderosa que
sea la tormenta del pensamiento y las emociones, sin importar lo complicadas
que parezcan estar las cosas, te invito a que hagas un alto, a que te detengas
por un momento, y vuelvas tu atención al aquí-y-ahora, al suelo vivo de tu
vida, el Único lugar en donde se da tu respiración… en donde el corazón está
latiendo… en donde las sensaciones bailan en y como el cuerpo… en donde
aparecen los sonidos, quédate por un rato, y disuélvete en la pura presencia
consciente… y en donde los rayos del sol atraviesan la ventana abierta…
iluminando la habitación, la habitación que te acoge tal y como eres.
- Jeff Foster
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