lunes, 26 de marzo de 2012

NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE












SAN JUAN DIEGO EL VIDENTE

San Juan Diego nació en 1474 en el "calpulli" de Tlayacac en Cuauhtitlán, México, establecido en 1168 por la tribu nahua y conquistado por el jefe Azteca Axayacatl en 1467. Cuando nació recibió el nombre de Cuauhtlatoatzin, que quiere decir "el que habla como águila" o "águila que habla".Juan Diego perteneció a la más numerosa y baja clase del Imperio Azteca, sin llegar a ser esclavo. Se dedicó a trabajar la tierra y fabricar matas las que luego vendía. Poseía un terreno en el que construyó una pequeña vivienda. Contrajo matrimonio con una nativa pero no tuvo hijos.

Entre 1524 y 1525 se convierte al cristianismo y fue bautizado junto a su esposa, él recibió el nombre de Juan Diego y ella el de María Lucía. Fueron bautizados por el misionero franciscano Fray Toribio de Benavente, llamado por los indios "Motolinia" o " el pobre".

Antes de su conversión Juan Diego ya era un hombre piadoso y religioso. Era muy reservado y de carácter místico, le gustaba el silencio y solía caminar desde su poblado hasta Tenochtitlán, a 20 kilómetros de distancia, para recibir instrucción religiosa. Su esposa María Lucía falleció en 1529. En ese momento Juan Diego se fue a vivir con su tío Juan Bernardino en Tolpetlac, a sólo 14 kilómetros de la iglesia de Tlatilolco, Tenochtitlán. Durante una de sus caminatas camino a Tenochtitlán, que solían durar tres horas a través de montañas y poblados, ocurre la primera aparición de Nuestra Señora, en el lugar ahora conocido como "Capilla del Cerrito", donde la Virgen María le habló en su idioma, el náhuatl.

Juan Diego tenía 57 años en el momento de las apariciones, ciertamente una edad avanzada en un lugar y época donde la expectativa de vida masculina apenas sobrepasaba los 40 años. Luego del milagro de Guadalupe Juan Diego fue a vivir a un pequeño cuarto pegado a la capilla que alojaba la santa imagen, tras dejar todas sus pertenencias a su tío Juan Bernardino. Pasó el resto de su vida dedicado a la difusión del relato de las apariciones entre la gente de su pueblo.

Murió el 30 de mayo de 1548, a la edad de 74 años. Juan Diego fue beatificado en abril de 1990 por el Papa Juan Pablo II y proclamado santo el 31 de Julio de 2002 .

PRIMERA APARICIÓN
9 de Diciembre de 1531

“Era sábado muy de madrugada cuando Juan Diego venía en pos del culto divino y de sus mandatos a Tlatilolco.

Al llegar junto al cerrito llamado Tepeyacac, amanecía; y oyó cantar arriba del cerro; semejaba canto de varios pájaros; callaban a ratos las voces de los cantores; y parecía que el monte les respondía. Su canto, muy suave y deleitoso, sobrepasaba al del coyoltótotl y del tzinizcan y de otros pájaros lindos que cantan.

Se paró Juan Diego para ver y dijo para sí: “Por ventura soy digno de lo que oigo?, Quizás sueño?, Me levanto de dormir?, Dónde estoy?, Acaso en el paraíso terrenal, que dejaron dicho los viejos, nuestros mayores?, Acaso ya en el cielo?” Estaba viendo hacia el oriente, arriba del cerrillo, de donde procedía el precioso canto celestial.

Y así que cesó repentinamente y se hizo el silencio, oyó que le llamaban de arriba del cerrito y le decían: “Juanito, Juan Dieguito.”

Luego se atrevió a ir a donde le llamaban. No se sobresaltó un punto, al contrario, muy contento, fue subiendo el cerrillo, a ver de dónde le llamaban.

Cuando llegó a la cumbre vio a una señora, que estaba allí de pie y que le dijo que se acercara.
Llegado a su presencia , se maravilló mucho de su sobrehumana grandeza: su vestidura era radiante como el sol; el risco en que posaba su planta, flechado por los resplandores, semejaba una ajorca de piedras preciosas; y relumbraba la tierra como el arco iris. Los mezquites, nopales y otras diferentes hierbecilla que allí se suelen dar parecían de esmeralda; su follaje, finas turquesas; y sus ramas y espinas brillaban como el oro.

Se inclinó delante de ella y oyó su palabra, muy suave y cortés, cual de quien atrae y estima mucho.
Ella le dijo: “Juanito, el mas pequeño de mis hijos, dónde vas?”

El respondió: Señora y Niña mía, tengo que llegar a tu casa de México Tlatilolco, a seguir las cosas divinas, que nos dan y enseñan nuestros sacerdotes, delegados de Nuestro Señor”.

Ella luego le habló y le descubrió su santa voluntad. Le dijo: “Sabe y ten entendido, tú el más pequeño de mis hijos, que yo soy la siempre Virgen María, Madre del verdadero Dios por quien se vive: del Creador cabe quien está todo: Señor del cielo y de la tierra. Deseo vivamente que se me erija aquí un templo, para en él mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa, pues yo soy vuestra piadosa madre, a tí, a todos vosotros juntos los moradores de esta tierra y a los demás amadores míos que me invoquen y en mi confíen; oír allí sus lamentos y remediar todas sus miserias, penas y dolores.

Y para realizar lo que mi clemencia pretende, ve al palacio del Obispo de México y le dirás cómo yo te envío a manifestarle lo que deseo, que aquí me edifique un templo: le contarás puntualmente cuanto has visto y admirado, y lo que has oído. Ten por seguro que te lo agradeceré bien y lo pagaré, porque te haré feliz y merecerás mucho que yo recompense el trabajo y fatiga con que vas a procurar lo que te encomiendo. Mira que ya has oído mi mandato hijo mío el mas pequeño, anda y pon todo tu esfuerzo.”
Juan Diego contestó: Señora mía, ya voy a cumplir tu mandato; por ahora me despido de ti, yo tu humilde siervo.”

Luego bajó, para ir a hacer su mandato; y salió a la calzada que viene en línea recta a México.”

SEGUNDA APARICIÓN

“Habiendo entrado sin delación en la ciudad, Juan Diego se fué en derechura al palacio del obispo que era el prelado que muy poco antes había venido y se llamaba Fray Juan de Zumárraga, religioso de San Francisco.

Apenas llegó trató de verle; rogó a sus criados que fueran a anunciarle. Y pasado un buen rato, vinieron a llamarle, que había mandado el señor Obispo que entrara.

Luego que entró, en seguida le dió el recado de la Señora del Cielo; y también le dijo cuanto admiró, vió y oyó. Después de oír toda su plática y su recado, pareció no darle crédito. El Obispo le respondió; “Otra vez vendrás, hijo mío, y te oiré más despacio; lo veré muy desde el principio y pensaré en la voluntad y deseo con que has venido.” Juan Diego salió y se vino triste, porque de ninguna manera se realizó su mensaje.

En el mismo día se volvió; se vino derecho a la cumbre del cerrito, y acertó con la Señora del Cielo, que le estaba aguardando, allí mismo donde le vió la primera vez: “Señora, la mas pequeña de mis hijas. Niña mía, fuí a donde me enviaste a cumplir tu mandato, le vi y le expuse tu mensaje, así como me advertiste; me recibió benignamente y me oyó con atención; pero en cuanto me respondió, apareció que no lo tuvo por cierto.

Me dijo: Otra vez vendrás, te oiré mas despacio, veré muy desde el principio el deseo y voluntad con que has venido.

Comprendí perfectamente en la manera que me respondió que piensa que es quizás invención mía que tú quieres que aquí te hagan un templo y que acaso no es de orden tuya; por lo cual te ruego encarecidamente, Señora y Niña mía, que a alguno de los principales, conocido y respetado y estimado, le encargues que lleve tu mensaje, para que le crean; porque yo soy solo un hombrecillo, soy un cordel, soy una escalerilla de tablas, soy cola, soy hoja, soy gente menuda, y tú, Niña mía, la mas pequeña de mis hijas, Señora, me envías a un lugar por donde no ando y donde no paro. Perdóname que te cause pesadumbre y caiga en tu enojo, Señora y Dueña mía.”

Le respondió la Santísima Virgen: “Oye, hijo mío el mas pequeño, ten entendido que son muchos mis servidores y mensajeros a quienes puedo encargar que lleven mi mensaje y hagan mi voluntad; pero es de todo punto preciso que tu mismo solicites y ayudes y que con tu mediación se cumpla mi voluntad. Mucho te ruego, hijo mío el mas pequeño, y con rigor te mando, que otra vez vayas mañana a ver al Obispo. Dale parte en mi nombre y hazle saber por entero mi voluntad: que tiene que poner por obra el templo que le pido. Y otra vez dile que yo en persona, la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios, te envía.”

Respondió Juan Diego: “Señora y Niña mía, no te cause yo aflicción; de muy buena gana iré a cumplir tu mandato; de ninguna manera dejaré de hacerlo ni tengo por penoso el camino. Iré a hacer tu voluntad, pero acaso no seré oído con agrado; o si fuese oído, quizás no me creerá. Mañana en la tarde cuando se ponga el sol vendré a dar razón de tu mensaje, con lo que responda el prelado. ya me despido, Hija mía, la mas pequeña, mi Niña y Señora. Descansa entretanto.”
Luego se fue él a descansar a su casa.

TERCERA APARICIÓN

“Al día siguiente, domingo muy de madrugada, salió de su casa y se vino derecho a Tlatilolco a instruirse de las cosas divinas y estar presente en la cuenta para ver en seguida al prelado. casi a las diez, se aprestó, después de que se oyó Misa y se hizo la cuenta y se dispersó el gentío. Al punto se fue Juan Diego al palacio del señor Obispo.

Apenas llegó, hizo todo empeño para verle: otra vez con mucha dificultad le vio; se arrodilló a sus pies; se entristeció y lloró al exponerle el mandato de la Señora del Cielo, que ojala que creyera su mensaje y la voluntad de la Inmaculada de erigirle su templo donde manifestó que lo quería.

El señor Obispo, para cerciorarse le preguntó muchas cosas, donde la vio y cómo era; y el refirió todo perfectamente al señor Obispo. Más aunque explicó con precisión la figura de ella y cuanto había visto y admirado, que en todo se descubría ser ella la siempre Virgen Santísima Madre del Salvador Nuestro Señor Jesucristo; sin embargo, el (Obispo) no le dio crédito y dijo que no solamente por su plática y solicitud se había de hacer lo que pedía; que, además, era muy necesaria alguna señal para que se le pudiera creer que le enviaba la misma Señora del cielo.

Así que lo oyó dijo Juan Diego al Obispo: “Señor, mira cual ha de ser la señal que pides; que luego iré a pedírsela a la Señora del Cielo que me envió acá.” Viendo el Obispo que ratificaba todo sin dudar ni retractar nada, le despidió.

Mandó inmediatamente unas gentes de su casa, en quienes podía confiar, que le vinieran siguiendo y vigilando mucho a dónde iba y a quién veía y hablaba.

Así se hizo. Juan Diego se vino derecho y caminó la calzada; los que venían tras él, donde pasa la barranca, cerca del puente del Tepeyacac, le perdieron; y aunque más buscaran por todas partes, en ninguna le vieron.

Así es que se regresaron, no solamente porque se fastidiaron, sino también porque les estorbó su intento y les dio enojo.

Eso fueron a informar al señor Obispo, inclinándose a que no le creyera: le dijeron que nomás le engañaba; que nomás forjaba lo que venía a decir, o que únicamente soñaba lo que decía y pedía; y en suma discurrieron que si otra vez volvía le habían de coger y castigar con dureza, para que nunca más mintiera y engañara.

Entre tanto, Juan Diego estaba con la Santísima Virgen, diciéndole la respuesta que traía del señor Obispo; la que oída por la Señora le dijo: “Bien está hijito mío, volverás aquí mañana para que lleves al Obispo la señal que te ha pedido; con esto te creerá y acerca de esto ya no dudará ni de tí sospechará; y sábete, hijito mío, que yo te pagaré tu cuidado y el trabajo y cansancio que por mí has emprendido; ea, vete ahora, que mañana aquí te aguardo.”

CUARTA APARICIÓN

“Al día siguiente, lunes, cuando tenía que llevar Juan Diego alguna señal para ser creído, ya no volvió. Porque cuando llegó a su casa, a un tío que tenía, llamado Juan Bernardino, le había dado enfermedad, y estaba muy grave. Primero fué a llamar a un médico y le auxilió; pero ya no era tiempo, ya estaba muy grave.

Por la noche, le rogó su tío que de madrugada saliera y viniera a Tlatilolco a llamar a un sacerdote, que fuera a confesarle y disponerle, porque estaba muy cierto de que era tiempo de morir y que ya no se levantaría ni sanaría.

El martes, muy de madrugada, se vino Juan Diego de su casa a Tlatilolco a llamar al sacerdote; y cuando venía llegando al camino que sale junto a la ladera del cerrillo del Tepeyacac, hacia el poniente por donde tenía costumbre de pasar, dijo: “Si me voy derecho, no sea que me vaya a ver la Señora, y en todo caso me detenga, para que lleve la señal al prelado, según me previno; que primero nuestra aflicción nos deje y primero llame yo de prisa al sacerdote; el pobre de mi tío lo está ciertamente aguardando.”

Luego dio vuelta al cerro; subió por entre él y pasó al otro lado, hacia el oriente, para llegar pronto a México y que no le detuviera la Señora del Cielo.

Pensó que por donde dio la vuelta no podía verle la que está mirando bien a todas partes. La vio bajar de la cumbre del cerrillo y que estuvo mirando hacia donde antes él la veía. Salió a su encuentro a un lado del cerro y le dijo: “Que hay, hijo mío el mas pequeño? a dónde vas?”

Se apenó él un poco, o tuvo vergüenza, o se asustó. Se inclinó delante de ella y la saludó, diciendo: “Niña mía, la mas pequeña de mis hijas. Señora, ojala estés contenta. Como has amanecido? estás bien de salud, Señora y Niña mía? Voy a causarte aflicción: sabe, Niña mía, que está muy malo un pobre siervo tuyo, mi tío: le ha dado la peste, y está para morir. Ahora voy presuroso a tu casa de México a llamar a uno de los sacerdotes amados de Nuestro Señor, que vaya a confesarle y disponerle; porque desde que nacimos vinimos a aguardar el trabajo de nuestra muerte. Pero sí voy a hacerlo, volveré luego otra vez aquí, para ir a llevar tu mensaje. Señora y Niña mía, perdóname, tenme por ahora paciencia; no te engaño. Hija mía la mas pequeña, mañana vendré a toda prisa.”

Después de oír la plática de Juan Diego, respondió la piadosísima Virgen:
“Oye y ten entendido hijo mío el mas pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige; no se turbe tu corazón; no temas esa enfermedad, ni otra alguna enfermedad y angustia. No estoy yo aquí? No soy tu Madre? No estás bajo mi sombra? No soy yo tu salud? No estás por ventura en mi regazo? Qué mas has menester? No te apene ni te inquiete otra cosa; no te aflija la enfermedad de tu tío, que no morirá ahora de ella; está seguro de que sanó.” (Y entonces sanó su tío, según después se supo).

Cuando Juan Diego oyó estas palabras de la Señora del Cielo consoló mucho; quedó contento. Le rogó que cuanto antes se despachara a ver al señor Obispo, a llevarle alguna señal y prueba, a fin de que creyera.

La Señora del Cielo le ordenó luego que subiera a la cumbre del cerrito, donde antes la veía. Le dijo: “Sube, hijo mío el mas pequeño, a la cumbre del cerrito; allí donde me viste y te dí órdenes, hallarás que hay diferentes flores; córtalas, júntalas, recógelas; en seguida baja y tráelas a mi presencia.”

Al punto subió Juan Diego al cerrillo. Y cuando llegó a la cumbre, se asombró mucho de que hubieran brotado tantas varias exquisitas rosas de Castilla, antes del tiempo en que se dan, porque a la sazón se encrudecía el hielo.

Estaban muy fragantes y llenas del rocío de la noche, que semejaba perlas preciosas. Luego empezó a cortarlas; las juntó todas y las echó en su regazo.

La cumbre del cerrito no era lugar en que se dieran ningunas flores, porque tenía muchos riscos, abrojos, espinas, nopales y mezquites; y si se solían dar hierbecillas, entonces era el mes de diciembre, en que todo lo come y echa a perder el hielo.

Bajó inmediatamente y trajo a la Señora del Cielo las diferentes flores que fue a cortar; la que, así como las vio, las cogió con su mano y otra vez se las echó en el regazo, diciéndole: “Hijo mío el mas pequeño, esta diversidad de flores es la prueba y señal que llevarás al Obispo. Le dirás en mi nombre que vea en ella mi voluntad y que él tiene que cumplirla. Tú eres mi embajador, muy digno de confianza. Rigurosamente te ordeno que sólo delante del Obispo despliegues tu manta y descubras lo que llevas. Contarás bien todo; dirás que te mandé subir a la cumbre del cerrito, que fueras a cortar flores, y todo lo que viste y admiraste, para que puedas inducir al prelado a que dé su ayuda, con objeto de que se haga y erija el templo que he pedido.”

Después que la Señora del Cielo le dio su consejo, se puso en camino por la calzada que viene derecho a México; ya contento y seguro de salir bien, trayendo con mucho cuidado lo que portaba en su regazo, no fuera que algo se le soltara de las manos, gozándose en la fragancia de las variadas hermosas flores.

EL MILAGRO DE LA IMAGEN

Al llegar Juan Diego al palacio del Obispo salieron a su encuentro el mayordomo y otros criados del prelado.

Les rogó que le dijeran que deseaba verle; pero ninguno de ellos quiso, haciendo como que no le oían, sea porque era muy temprano, sea porque ya le conocían, que solo los molestaba, porque les era inoportuno; además ya les habían informado sus compañeros que le perdieron de vista, cuando habían ido en su seguimiento.

Largo rato estuvo esperando. Ya que vieron que hacía mucho que estaba allí, de pie, cabizbajo, sin hacer nada, por si acaso era llamado; y que al parecer traía algo que portaba en su regazo, se acercaron a él, para ver lo que traía y satisfacerse.

Viendo Juan Diego que no les podía ocultar lo que traía, y que por eso le habían de molestar, empujar y aporrear, descubrió un poco que eran flores; y al ver que todas eran diferentes, y que no era entonces el tiempo en que se daban, se asombraron muchísimo de ello, lo mismo de que estuvieran muy frescas, y tan abiertas, tan fragantes y tan preciosas. Quisieron coger y sacarle algunas; pero no tuvieron suerte las tres veces que se atrevieron a tomarlas; porque cuando iban a cogerlas ya no se veían verdaderas flores, sino que les parecían pintadas o labradas o cosidas en la manta.

Fueron luego a decirle al señor Obispo lo que habían visto y que pretendía verle el indito que tantas veces había venido; el cual hacía mucho que por eso aguardaba, queriendo verle.

Cayó, al oírlo, el señor Obispo en la cuenta de que aquello era la prueba, para que se certificara y cumpliera lo que solicitaba el indito. En seguida mandó que entrara a verle.

Luego que entró, se humilló delante de él, así como antes lo hiciera, y contó de nuevo todo lo que había visto y admirado, y también su mensaje.

Juan Diego le dijo: “Señor, hice lo que me ordenaste, que fuera a decir a mi Ama, la Señora del Cielo, Santa María preciosa Madre de Dios, que pedías una señal para poder creerme que le has de hacer el templo donde ella te pide que lo erijas; y además le dije que yo te había dado mi palabra de traerte alguna señal y prueba, que me encargaste, de su voluntad. Condescendió a tu recado y acogió benignamente lo que pides, alguna señal y prueba para que se cumpla su voluntad.

Hoy muy temprano me mandó que otra vez viniera a verte; le pedí la señal para que me creyeras, según me había dicho que me la daría; y al punto lo cumplió; me despachó a la cumbre del cerrillo, donde antes ya la viera, a que fuese a cortar varias flores. Después que fui a cortarlas las traje abajo; las cogió con su mano y de nuevo las echó en mi regazo, para que te las trajera y a ti en persona te las diera.

Aunque yo sabía bien que la cumbre del cerrillo no es lugar para que se den flores, porque solo hay muchos riscos, abrojos, espinas, nopales y mezquites, no por eso dudé. Cuando fui llegando a la cumbre del cerrillo ví que estaba en el paraíso, donde había juntas todas las varias y exquisitas rosas de castilla, brillantes de rocío, que luego fui a cortar.

Ella me dijo por qué te las había de entregar; y así lo hago, para que en ellas veas la señal que me pides y cumplas su voluntad; y también para que aparezca la verdad de mi palabra y de mi mensaje.
Helas aquí: recíbelas.”

Desenvolvió luego su manta, pues tenía en su regazo las flores; y así que se esparcieron por el suelo todas las diferentes flores, se dibujó en ella de repente la preciosa imagen de la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios, de la manera que está y se guarda hoy en su templo del Tepeyacac, que se nombra Guadalupe.

Luego que la vio el señor Obispo, él y todos los que allí estaban, se arrodillaron; mucho la admiraron; se levantaron a verla, se entristecieron y acongojaron, mostrando que la contemplaron con el corazón y el pensamiento.

El señor Obispo con lágrimas de tristeza oró y le pidió perdón de no haber puesto en obra su voluntad y su mandato. Cuando se puso de pie desató del cuello de Juan Diego, del que estaba atada, la manta en que se dibujó y apareció la Señora del Cielo.

Luego la llevó y fue a ponerla en su oratorio. Un día mas permaneció Juan Diego en la casa del Obispo, que aún le detuvo.

Al día siguiente le dijo: “Ea, a mostrar dónde es voluntad de la Señora del Cielo que le erijan su templo.” Inmediatamente se invitó a todos para hacerlo.

APARICIÓN A JUAN BERNARDINO

No bien señaló Juan Diego dónde había mandado la Señora del Cielo que se levantara su templo, pidió licencia de irse. Quería ahora ir a su casa a ver a su tío Juan Bernardino; el cual estaba muy grave cuando le dejó y vino a Tlatilolco a llamar un sacerdote, que fuera a confesarle y disponerle, y le dijo la Señora del Cielo que ya había sanado.

Pero no le dejaron ir solo, sino que le acompañaron a su casa. Al llegar vieron a su tío que estaba muy contento y que nada le dolía.

Se asombró mucho de que llegara acompañado y muy honrado su sobrino; a quien preguntó la causa de que así lo hicieran y que le honraran mucho. Le respondió su sobrino que, cuando partió a llamar al sacerdote que le confesara y dispusiera, se le apareció en el Tepeyacac la Señora del Cielo; la que, diciéndole que no se afligiera que ya su tío estaba bueno, con mucho se consoló, le despachó a México, a ver al señor Obispo, para que le edificara una casa en el Tepeyacac. Manifestó su tío ser cierto que entonces le sanó y que la vio del mismo modo en que se aparecía a su sobrino; sabiendo por Ella que le había enviado a México a ver al Obispo.

También entonces le dijo la Señora de cuando él fuera a ver al Obispo, le revelara lo que vio y de que manera milagrosa le había sanado; y que bien le nombraría, así como bien había de nombrarse su bendita imagen, la siempre Virgen Santa María de Guadalupe.

Trajeron luego a Juan Bernardino a presencia del señor obispo; a que viniera a informarle y atestiguar delante de él.

A ambos, a él y a su sobrino, los hospedó el Obispo en su casa algunos días, hasta que se erigió el templo de la Reina en el Tepeyacac, donde la vio Juan Diego.

El señor Obispo trasladó a la Iglesia Mayor la santa imagen de la amada Señora del Cielo: la sacó del oratorio de su palacio donde estaba, para que toda la gente viera y admirara su bendita imagen.

La ciudad entera se conmovió: venía a ver y admirar su devota imagen y a hacerle oración. Mucho le maravillaba que se hubiese aparecido por milagro divino; porque ninguna persona de este mundo pintó su preciosa imagen.

"UN GRAN ENIGMA DE NUESTRO TIEMPO"

UNA IMAGEN CON MUCHOS ENIGMAS

Hasta aquí la descripción que el Nican Mopohua hace sobre las apariciones. Pero el misterio de Guadalupe no termina con las múltiples apariciones de la Virgen. Lo que realmente diferencia al culto mariano de Guadalupe es el ya mencionado manto o tilma donde quedó impresa la imagen de la misteriosa Señora.

Los diversos análisis realizados sobre tan venerada reliquia han arrojado unos resultados realmente sorprendentes en distintos aspectos, habiéndose ganado por ello el calificativo de "achiropita" -imagen no hecha por mano de hombre".

UNA EXTRAORDINARIA CONSERVACIÓN

Uno de los aspectos que más ha sorprendido a los estudiosos es el excelente estado de conservación de la tilma o ayate con la imagen de la guadalupana. En la actualidad, dicha tilma se encuentra protegida por un grueso cristal que la protege contra agentes externos como el polvo, humos, etc.

Sin embargo esto no ha sido así siempre. Durante los primeros 116 años, la imagen estuvo expuesta a los fieles, al humo de velas e incienso y, sobre todo a la humedad y salitre propias de la zona en la que se encontraba (en aquella época las aguas del lago de Texcoco llegaban cerca del cerro de Tepeyac).

Si a todo esto unimos las continuas frotaciones que cientos de miles de fieles realizaron con estampas, medallas, etc... y la escasa calidad de la tilma -de una fibra rudimentaria-, resulta verdaderamente asombroso que el manto se encuentre en tan buen estado. Los propios científicos y restauradores de obras de arte han coincidido en este extremo.


NI RESTO DE PINTURA

En 1936, un análisis realizado por el doctor Richard Kuhn (premio Nóbel de Química en 1938) sobre varios hilos del manto arrojaban un resultado sorprendente:
"... en las dos fibras -una de color rojo y otra amarilla- no existían colorantes vegetales, ni colorantes animales, ni colorantes minerales."

Los análisis del Dr. Kuhn no dejaban lugar a la duda: la imagen de la tilma no había sido realizada mediante procedimientos pictóricos convencionales.

Sin embargo, otro análisis -esta vez realizado en 1980- vendría a completar el realizado por Kuhn. El nuevo análisis fue llevado a cabo por Jody Brant Smith (miembro del equipo de la NASA que estudió en su día la Sábana Santa) y Philip Serna Callagan (también miembro de la NASA y gran experto en pintura) y consistió en una serie de fotografías infrarrojas tomadas a escasos centímetros de la tilma.

Los resultados -al igual que sucediera con el análisis de Kuhn- fueron tan increíbles como desconcertantes. Al parecer numerosas partes de la imagen actual, como los rayos solares, las estrellas o la fimbria del manto son el resultado de diferentes retoques que la imagen habría sufrido a lo largo de su historia.

Sin embargo, la imagen original no contenía materia pictórica y tampoco se apreciaban pinceladas ni trazos que explicaran la formación de la misteriosa imagen. La conclusión de los científicos estadounidenses no dejaba lugar a la duda: la figura original es del todo punto INEXPLICABLE. El enigma estaba servido.

UNOS OJOS QUE ENCIERRAN UN ENIGMA

A pesar de los sorprendentes descubrimientos obtenidos con los diversos análisis sobre la tilma, el misterio más desconcertante y espectacular de los que guarda La Virgen de Guadalupe se encuentra en los ojos de la Señora. En 1929, Alfonso Marcué -fotógrafo oficial de la vieja basílica de Guadalupe- descubría en una fotografía en blanco y negro algo que lo dejó perplejo: en los ojos de la Virgen aparecía el rostro de un hombre con barba.

Cuando se hubo asegurado por completo de su descubrimiento lo puso en conocimiento de la jerarquía católica de México. Sin embargo, Marcué fue obligado a guardar silencio por los religiosos. Así, el fabuloso descubrimiento permaneció oculto durante 22 años.

Sería otro hombre, el dibujante Carlos Salinas, quien tras conocer la existencia de la "anomalía" se volcase en el estudio de los ojos de la guadalupana. El 29 de mayo de 1951 descubriría en la pupilas de la imagen lo que él identifico como "la cabeza de Juan Diego".

Unos meses más tarde, en septiembre de ese mismo año, Salinas pudo inspeccionar y fotografiar la tilma sin el cristal que la protege, corroborando lo que ya había visto en fotografías. A partir de entonces numerosos médicos y oftalmólogos inspeccionaron y analizaron el milagroso ayate. Todos llegaron a la misma conclusión: "allí aparece un busto humano".

A pesar de los diversos análisis sobre los ojos de la guadalupana, la cosa no avanzaría mucho hasta 1979. Fue en ese año cuando el profesor José Aste Tonsmann (miembro del Centro Científico de IBM) tuvo la idea de digitalizar y ampliar las fotografías de los ojos de la Virgen.

Fue así como descubrió las figuras de varios personajes, entre ellas la de un "indio sentado" y varias personas arrodilladas en actitud de reverencia. En opinión de los diversos estudiosos, y siguiendo el relato aparecido en el Nican Mopohua, estas figuras se corresponderían con las del indio Juan Diego, el obispo Zumárraga y las demás personas presentes en el momento en que el "indito" desplegó la tilma, mostrando la imagen de la Virgen.

Para algunos de los estudiosos de la tilma estas imágenes no son otra cosa que el último de los milagros de la guadalupana, un mensaje colocado en los ojos de la imagen para que fueran descubiertos sólo cuando la humanidad alcanzase cierto desarrollo tecnológico. Un mensaje, en definitiva, colocado para demostrar la veracidad de unos hechos que cambiaron la historia del Nuevo Mundo.


ALGUNOS ELEMENTOS DE DESCRIPCIÓN DE LA IMAGEN DE GUADALUPE

La estatura de la Virgen en el ayate es de 143 centímetros y representa a una joven cuya edad aproximada es de 18 a 20 años. Su rostro es moreno, ovalado y en actitud de profunda oración. Su semblante es dulce, fresco, amable, refleja amor y ternura, además de una gran fortaleza.

Sus manos están juntas en señal del recogimiento de la Virgen en profunda oración. La derecha es más blanca y estilizada, la izquierda es morena y más llena, podrían simbolizar la unión de dos razas distintas. Lleva el cabello suelto, lo que entre los aztecas era señal de una mujer glorificada con un hijo en el vientre. Está embarazada. Su gravidez se constata por la forma aumentada del abdomen, donde se destaca una mayor prominencia vertical que trasversal, corresponde a un embarazo casi en su última etapa.

La flor de cuatro pétalos o Nahui Ollin: es el símbolo principal en la imagen de la Virgen, es el máximo símbolo náhuatl y representa la presencia de Dios, la plenitud, el centro del espacio y del tiempo. En la imagen presenta a la Virgen de Guadalupe como la Madre de Dios y marca el lugar donde se encuentra Nuestro Señor Jesús en su vientre.

Las Estrellas del Manto de la Virgen.

El Día del Milagro

El martes 12 de diciembre de 1531 ocurrió la aparición de la Santa Imagen de la Virgen de Guadalupe en el ayate de Juan Diego. La mañana de ese mismo día tuvo lugar el solsticio de invierno, que para las culturas prehispánicas significaba: el Sol moribundo que vuelve a cobrar vigor, el nacimiento del nuevo Sol, el retorno de la vida. Ya que el solstico de invierno es el punto en el cual la tierra, en su recorrido en torno al Sol, da un cambio de dirección en su orbita y comienza a acercarse al astro rey. Con este cambio de dirección se tiene la impresión de que el Sol va recobrando su fuerza y que el invierno va debilitándose.

Para los indígenas el solsticio de invierno era el día más importante en su calendario religioso, era el día en que el Sol vence a las tinieblas y surge victorioso. Por esto no es casual que precisamente en ese día la Virgen de Guadalupe haya presentado a su Hijo Jesús a los pueblos indígenas porque así ellos pudieron comprender que Ella traía en su seno al Dios verdadero.

¿Qué hay en el Manto de la Virgen de Guadalupe?

De acuerdo con el doctor Juan Homero Hernández Illescas se comprueba, con admirable exactitud, que en el manto de la Virgen de Guadalupe está reproducido el cielo del momento de la aparición: la mañana del solsticio de invierno de 1531.

En el manto están representadas las estrellas más brillantes de las principales constelaciones visibles desde el Valle del Anáhuac aquella madrugada del 12 de diciembre de 1531. Allí están las constelaciones completas. Las estrellas se encuentran agrupadas como en la realidad. Deslumbrantes testimonian la grandeza del milagro.

LAS CONSTELACIONES DEL MANTO




A) Lado Izquierdo de la Virgen

En el lado izquierdo del manto de la Virgen (a nuestra derecha porque la vemos de frente) se encuentran “comprimidas” las constelaciones del sur:

Cuatro estrellas que forman parte de la constelación de Ofiuco (Ophiucus). Abajo se observa Libra y a la derecha, la que parece una punta de flecha corresponde al inicio de Escorpión (Scorpius). Intermedias con la porción inferior, se pueden señalar dos de la constelación de Lobo (Lupus) y el extremo de Hidra (Hydra). Hacia abajo se evidencia la Cruz del Sur (Crux) sin ninguna duda, y a su izquierda aparece el cuadrado ligeramente inclinado de la constelación de Centauro (Centaurus). En la parte inferior, solitaria, resplandece Sirio.

B) Lado Derecho de la Virgen

En el lado derecho del manto de la Virgen se muestran las constelaciones del norte:

En el hombro, un fragmento de las estrellas de la constelación de Boyero (Bootes), hacia abajo a la Izquierda le sigue la constelación de la Osa Mayor (Ursa Maior) en forma de una sartén. La rodean: a la derecha arriba, la cabellera de Berenice (Coma Berenices), a la derecha abajo, Lebreles (Canes Venatici), a la izquierda Thuban, que es la estrella más brillante de la constelación de Dragón (Draco).

Por debajo de dos estrellas (que todavía forman parte de la Osa Mayor), se percibe otro par de estrellas de la constelación del Cochero (Auriga) y al oeste, hacia abajo, tres estrellas de Tauro (Taurus). De esta manera, quedan identificadas en su totalidad y en su sitio, un poco comprimidas, las 46 estrellas más brillantes que rodean el horizonte del Valle de México.

Conclusión

La extraordinaria distribución de las estrellas en el manto de la Virgen no puede ser producto del azar. Pues ninguna distribución al azar puede representar con exactitud y en su totalidad las constelaciones de estrellas de un momento determinado. De hecho, un estudio iconográfico de 150 pinturas de la Virgen de Guadalupe de los siglos XVII y XVIII, realizado por el Dr. Hernández, no encontró ni una sola copia en la cual se pudieran reconocer las constelaciones presentes en la tilma de Juan Diego.
En opinión del Dr. Juan Homero Hernández Illescas, la Virgen de Guadalupe aparece completa en el firmamento para ofrecer, con su manto celestial, protección a todo el mundo.

LA VIRGEN Y LA PROPORCIÓN DORADA







QUE ES LA PROPORCIÓN ÁUREA

La crítica artística afirma que una obra es bella y perfecta cuando encuentra en ella armonía entre el color, la línea, la luz y la composición, entre otros elementos. Una de las formas más bellas para lograr esta armonía es por medio de la llamada proporción dorada o áurea. La imagen original de la Virgen de Guadalupe estampada en el ayate del indio Juan Diego cumple con esta perfección extraordinaria, de acuerdo con el análisis que de la tilma ha hecho el doctor Juan Homero Hernández Illescas.

La proporción dorada está formada por un cuadrado al que se le agrega un rectángulo, para formar un espacio donde el lado menor corresponde al mayor en una relación de 1 a 1.6181... denominada número áureo.

La proporción dorada se encuentra en todas las manifestaciones del arte desde Mesopotamia, Egipto, Grecia y Roma, hasta nuestros días. Se emplea en la escultura, la arquitectura, la pintura y se existe entre las diferentes partes del hombre, de los animales y de las plantas, actuales o fósiles. También aparece misteriosa en la música, la literatura (en especial en la poesía), en el microcosmos (en la forma en la que se agrupan los átomos) y en las galaxias, es decir, en el macrocosmos.

Es patrón universal e intemporal de perfección, equilibrio, balance, elegancia, delicadeza y belleza. Al analizar la imagen original de la Virgen de Guadalupe encontramos el cuadrado de la proporción dorada. A partir de éste aparecen más cuadriláteros y rectángulos en toda la figura, así como formas verticales y horizontales simétricas.

De manera maravillosa, justo en el vientre de la Virgen Morena, se enmarca, con base en el teorema de Pitágoras y muchos otros símbolos derivados de la proporción áurea, el Nahui Ollín, la flor náhuatl de cuatro pétalos, que para las antiguas culturas mesoamericanas representaba la presencia de Dios, el centro del espacio y del tiempo. Con el Nahui Ollín en su vientre la Virgen de Guadalupe confirma a los indígenas que es la madre del Dios Verdadero, Jesucristo, que ella trae al Nuevo Mundo para darlo a conocer. Es precisamente la parte más importante del ayate de Juan Diego.


La Guadalupana es portadora de un mensaje cristocéntrico que los indígenas pudieron comprender inmediatamente, por eso se convierte en la primera y más importante evangelizadora de América.
Fuente: tomada del libro La Virgen de Guadalupe y la Proporción Dorada, Dr. Juan Homero Hernández Illescas, Centro de Estudios Guadalupanos.


EN EL SIGLO DEL ATEÍSMO, MILAGROS QUE DESCONCIERTAN A LA CIENCIA

La Virgen de Guadalupe deslumbraba con su prodigiosa variedad de significados simbólicos pero la pintura escondía aún otras maravillas simbólicas, cuya revelación Dios reservaba para varios siglos después: precisamente para nuestra época de incredulidad y apostasía, como preludiando una nueva y más prodigiosa conversión...

● Los primeros exámenes científicos a que la tilma fue sometida, en 1666 y en 1787, concluyeron que la pintura no era obra de pincel ni otro medio humano conocido, y que su conservación era humanamente inexplicable (la fibra de magüey no dura más de 20 años, y la humedad salitrosa del lugar la corrompe rápidamente).

● Estas conclusiones fueron confirmadas en 1954 por el profesor español Francisco Camps Ribera, autoridad europea y mundial en técnicas pictóricas, quien observó que la burda tela absolutamente no ofrecía condiciones para pintar trazos tan delicados sobre ella, y que en la imagen no hay huella de pincel.

● Pero lo más asombroso es que ¡tampoco hay pintura! En 1936 el profesor de química de la Universidad de Heidelberg Richard Kühn, de origen judío y Premio Nobel de Química 1938, dictaminó que en el diseño de la imagen no existe ningún colorante conocido, ni animal, ni vegetal, ni mineral. Es materia desconocida.

● Las fotografías en infrarojo de la imagen tomadas en 1946, de frente (der.) y al dorso (izq.), revelaron la ausencia completa de trazos de pincel y de cualquier otra técnica pictórica conocida Las fotografías en infrarrojo tomadas por Jesús Cataño en 1946, de ambos lados de la tilma, corroboran que no hay huellas de pincel ni de otro medio conocido. Junto con el Santo Sudario de Turín, esta es la única imagen calificada con el vocablo griego aceiropoivhtoV (literalmente “pintada sin el uso de manos”).



● Esto fue nuevamente confirmado por las fotografías con rayos infrarojos obtenidas en 1979 por los científicos de la NASA Jody Brand Smith y Philip S. Callaghan. Ellos concluyeron que “la técnica empleada es desconocida en la historia de la pintura. Es inusual, incomprensible e irrepetible”.

● Como también es inexplicable que el color de la pintura se mantenga vivo y remozado después de cinco siglos, sobre una tela que debería haberse deshecho en pocos años, increíblemente conservada en perfecto estado hasta hoy.

● Pero hay más. En 1929 el fotógrafo Alfonso Marcué había descubierto que en el ojo derecho de la imagen se refleja el busto de un hombre, posiblemente Juan Diego o el Obispo Zumárraga. La persecución anticatólica que se vivía entonces en México impidió llevar adelante las investigaciones. Pero en 1951 el dibujante Carlos Salinas, examinando fotografías ampliadas de la imagen, reconoció esa misma figura reflejada en las córneas de ambos ojos. Esto fue confirmado por una comisión de 20 oculistas, químicos, optometristas y diseñadores tras 8 años de investigaciones

● Tres destacados oftalmólogos, los doctores Rafael Torija Lavoignet, Enrique Graue Díaz-González, y Amado Jorge Kuri, examinaron separadamente los ojos de la imagen con instrumentos de mucha precisión y llegaron a una misma conclusión, que parecen “ojos vivos”. Graue los examinó con un oftalmoscopio de alta potencia y descubrió una luminosidad en las pupilas: “Uno pasa el haz de luz en los ojos de la Virgen de Guadalupe y ve cómo brilla el iris y cómo el ojo adquiere profundidad. ¡Es algo que emociona!... le recuerdan a uno los ojos de una persona viva”

El fabuloso porvenir católico de América Latina
● Las sorpresas no paran ahí: en diciembre de 1981 los astrónomos del observatorio Laplace de México, P. Mario Rojas, y el Dr. Juan Homero Hernández Illescas verificaron que las estrellas que aparecen en la pintura corresponden a la posición de las constelaciones en el cielo de México en la madrugada del propio día de la aparición, 12 de diciembre de 1531. Se identifican del lado derecho las constelaciones de Libra, Escorpión, Hidra, Centauro y nuestra Cruz del Sur; y al lado izquierdo Boyero, Osa Mayor, Berenice, Lebrel, Tauro y Dragón. ¡El simbolismo de la Reina del Cielo!

● Otro detalle asombroso: la tilma está colocada sobre una placa metálica cuya temperatura es de 15° C., pero el tejido tiene una temperatura de 36,5°C., correspondiente a la de un cuerpo humano vivo normal Lo que caracteriza estos hallazgos realizados en el siglo XX es que ninguno de ellos tiene explicación científica. Estamos, pues, delante de un milagro ocurrido hace cinco siglos, que continúa desdoblándose hasta hoy, en nuevos y prodigiosos sub-milagros...

Esta secuencia maravillosa, ¿qué otras maravillas augura? Sin duda, con ella la Santísima Virgen nos muestra un acercamiento a los fieles de México y de toda América Latina, inédito en la Historia. Por cierto hay en esa proximidad un grand dessein, una celestial y grandiosa intención. Sus ojos benignos puestos sobre el Continente mestizo indican una especialísima predilección.

Más aún, el hecho de que la raza americana aparezca reflejada en esos “ojos misericordiosos”, le da al milagro de Guadalupe una dimensión profética. Y nos comunica la luminosa certeza de que el triunfo universal del Inmaculado Corazón de María, que la misma Virgen prometió en Fátima, tendrá en América Latina —el continente mariano por excelencia— un protagonista de excepción, para construir aquí una nueva civilización cristiana de grandeza inimaginable.

MILAGRO EN LA BASÍLICA DE GUADALUPE

Durante una misa ofrecida por los niños mártires abortados se produjo un milagro en presencia de miles de testigos.

Luego de la celebración de la santa misa los peregrinos comenzaron a observar atónitos y a tomar fotos del Ayate del Tepeyac al ver con sus propios ojos como desde el vientre de la imagen comenzó a brillar una intensa luz.

La imagen de la Virgen comenzó como a "retirarse" y comenzó a brillar una luz intensa que salía de su vientre , esta luz tomó forma de un embrión.

Dicha forma coincide exactamente tanto en forma como también en su ubicación al de un embrión en el vientre materno.




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