Atributo: Dios clemente.
Planeta: Júpiter.
Coro Angélico: Dominaciones.
Sefiráh: Jesed.
Horario de regencia: de 11 a
11:20 horas.
Se lo invoca para:
Calmar nuestra ira.
Comprender las leyes divinas y la
estructura del universo.
Los nacidos bajo su regencia:
El que nace bajo su regencia será
célebre por sus talentos y acciones. Un pacificador inspirado. Tendrá la
simpatía de todos y le encanta resolver los problemas siempre aconsejando y
apoyando. Su aura de confianza atraerá personas influyentes que lo invitarán a
trabajar. Será un buen trabajador rindiendo más en puestos de liderazgo. Sus
actitudes serán firmes con altos principios morales, bondad y hospitalidad,
pero puede sufrir percepciones cuando las personas no corresponden a sus
expectativas. Deberá siempre profundizar en todos los asuntos que le interesan
y si no tendrá que acomodarse a tener siempre un conocimiento superficial sobre
todo. Profundamente emocional, transfiere a los hijos el amor recibido de sus
padres. Podrá ser un mecenas de las artes, principalmente de la música, pues a
pesar de su talento difícilmente será practicante. Tendrá dones paranormales
latentes que podrán llegar a ser liberadores. La limpieza perfecta será una de
sus grandes preocupaciones, porque sabe que en lugares sucios, objetos rotos,
se hallan las mismas.
Cita bíblica:
Israel, pon tu esperanza en el Señor desde
ahora y para siempre.
Salmo 131:3
LEHAHIAH: ‘EL REY COLERICO’
Poco a poco la comarca de Masar iba
quedando deshabitada. Desde que Lehahiah fue nombrado Soberano del reino, sus
habitantes fueron sometidos a un riguroso destino.
El temor hizo aparición en cada
hombre, pues la cólera del rey cuando se desataba era terrible. Masar no había
sido nunca una tierra de cobardes, era un pueblo acostumbrado a hacer frente a
las dificultades de la vida. No rehuían el combate cuando era necesario luchar
y se compadecían de sus enemigos cuando eran derrotados en las batallas.
Pero desde que Lehahiah se corono rey,
exigió a todos fidelidad para acabar con la injusticia y con la corrupción.
Todos esperaban que su propósito fuese
custodiar y proteger a Masar de los traidores y asesinos, y así fue, pero para
lograrlo dicto una orden en la que abolió el derecho a ser juzgado. Él se proclamó
único juez y empuñando su espada sentenciaba a diestra y siniestra.
A un campesino que fue sorprendido
robando una gallina, le llevaron a su presencia y cuando conoció los cargos de
los que se le acusaba ordeno:
-Cortadle la mano derecha y si vuelve
a repetir su acción, cortadle la otra también.
Aquella fue su primera sentencia como
único y supremo juez. La verdad es que todos quedaron boquiabiertos por la
sorpresa. Nadie comprendía lo que estaba pasando y fue uno de los Consejeros de
la corona el que indignado por aquella actitud se dirigió al soberano:
-Majestad, perdonad mi atrevimiento,
pero hablo en nombre del Consejo Real y debo transmitiros nuestro rechazo ante
la decisión que habéis tomado.
-¡basta! -grito encolerizado Lehahiah
-. Si no ponemos fin al mal, este nos ganara la batalla.
El consejero viendo que difícilmente
podría convencer al rey de que su disciplina era despiadada, opto por abandonar
la sala.
A este caso sucedieron otros y muy
pronto la celda de castigo y la guillotina adquirieron un especial
protagonismo.
El pueblo estaba aterrorizado y muchos
decidieron abandonar sus hogares con mucho pesar y aventurarse en la búsqueda
de un nuevo horizonte.
En poco tiempo Lehahiah vio cómo su
reino quedaba deshabitado y la opresión a la que había sometido a su pueblo iba
dando su recompensa.
Cierta mañana, cuando se levantó, el
silencio era tan denso que se respiraba en el aire. Aquello llamo su atención,
y quiso conocer la causa de tanta inactividad.
Llamo varias veces a sus servidores,
pero no recibió respuesta. La cólera le sobrecogía una vez más y tomando su
espada salió nerviosamente en busca de una explicación.
Al pasar por un estanque vio reflejada
la imagen de un hombre. Era tanta su cólera que arremetió contra él. Con un
mandoble introdujo la espada a la altura del corazón del que presumió era su
enemigo, pero cuál fue su sorpresa al comprobar que aquel hombre era el mismo.
Desde entonces, Lehahiah ya nunca más
atentaría coléricamente ni contra los seres ni contra las cosas y se convirtió
en un fiel ejecutor del orden.
Poco a poco, irían retornando los que
un día se fueron, y llegarían muchos más, deseosos de servir al justo Soberano
de aquel reino.
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