Atributo: Dios eterno.
Planeta: Mercurio.
Coro Angélico: Arcángeles.
Sefiráh: Hod.
Horario de regencia: de 18 a
18:20 horas.
Se lo invoca para:
Tener fecundidad.
Proteger nuestra moral y religión.
Tener ayuda en cualquier entendimiento
que uno esté.
Los nacidos bajo su regencia:
Los nacidos bajo esta regencia se
distinguen por sus buenas acciones, por su piedad y su celo en el amor a Dios y
a todos los hombres. Sabrá el camino que deberá seguir, entenderá los misterios
divinos y no medirá esfuerzos para implantar en los hombres las verdades
divinas. Será propagador activo de conceptos religiosos y conservación de la
moral. Siempre disponible, se sentirá bien trabajando para el bienestar de la
comunidad. Su vida tendrá solo encanto
cuando encuentre compañeros que seguirán su viaje por toda la vida. Siente
necesidad de que su vida tenga continuidad a través de sus hijos. Comprenderá
los acontecimientos principalmente los inesperados, resolviéndolos siempre con
ideas creativas. No tendrá apego a las cosas materiales que las considera
apenas como la consecuencia lógica de la persistencia en el trabajo. Le gustará
cuidar su cuerpo especialmente con respecto a los músculos. Su ángel se
manifiesta espontáneamente cuando defiende a alguien que fue agredido
injustamente o por curaciones a través de la imposición de manos. Tendrá un
alma mística y enigmática que siempre lo verán como un ser elevado aunque sea
incomprendido.
Cita bíblica:
Pero tú, Señor, reinas eternamente; tu
nombre perdura por todas las generaciones.
Salmo 102:12
MEBAHIAH: ‘LA LLEGADA DE UN ALMA NOBLE
Y ELEVADA’
Doce años, doce largos y penosos años
habían transcurridos ya desde que el Maestro constructor, el fornido Mebahiah
contrajera matrimonio con la bella Yesiah, y sin embargo la Gracia Divina no
había visitado aun su morada permitiendo que el vientre materno de su amada
esposa fuese fecundado.
Una profunda decepción se habla
apoderado del Maestro. No comprendía como otras familias tenían hijos y más
hijos, mientras que ellos por mucho que trabajaban y servían no eran
recompensados con esa dicha.
Mebahiah hubiese dado todas sus
riquezas si a cambio conseguía que un alma eligiera venir a su casa. Ya no era
un joven, y aunque con su fuerza física era capaz de transportar el universo
sobre sus espaldas, no podía decir lo mismo de su fuerza espiritual.
Aquellos doce años de espera habían
acabado con su fe, con su esperanza. Ya no creía en nada, y aquello le había
convertido en un ser distante, insociable y brusco.
Cierto día, llego al pueblo un enviado
de palacio con un edicto proclamado por el rey:
-El Soberano recompensara con el logro
de cualquier deseo a aquel que le consiguiese construir un Templo.
Linda, la esposa de Mebahiah se puso
muy contenta al conocer la noticia, y con ese entusiasmo fue al encuentro de su
esposo, pues tenía la ilusión de que se presentara.
Pero pronto aquella esperanza se
desvanecería. Su esposo no quería oír hablar ya nunca más de trabajos de
construcción. Había dedicado toda su vida a ello, y para qué,¿ que había
conseguido?
El tiempo transcurrió y Mebahiah
seguía alimentando aquel odio, pero a pesar de ello, no pudo evitar recibir
aquella visita.
-Veo que estas afligido por un
profundo dolor -dijo aquella suave voz a sus espaldas -.
Mebahiah se volvió un poco molesto,
pero tuvo que reprimir sus acaloradas palabras, pues ante él estaba el rey.
-Majestad, vos en mi humilde casa
-saludo respetuosamente el Maestro constructor -.
-No os asustéis, mi visita es
desesperada. Mi cuerpo envejece con el paso de los años y he aquí que mi
espíritu esta sediento de luz y no encuentra un lugar sagrado donde saciar su
ansia. En palacio se han reunido los mejores constructores de todos los reinos,
pero ninguno de ellos consigue elevar las columnas del Templo. Tan solo buscan
prestigio, honores, riquezas, y lo que hoy construyen mañana aparece destruido.
¿Comprendéis ahora mi dolor? Pero. Decidme, cual es el vuestro?, pues en
vuestro rostro puedo leer los rasgos de la amargura -pregunto el rey -.
Mebahiah explicó los motivos de su
aflicción al Soberano y este lamento no poder satisfacer su necesidad. Viendo
que nada podría ofrecer, decidió no pedir nada.
Pero el Maestro comprendió que debía
romper su silencio y servir a su rey. Y así se lo hizo saber.
Al cabo de nueve lunas, las columnas
del Templo se elevaron y ya nunca más se desvanecieron. El rey ya tenía un
Santuario donde dar gozo a su espíritu, pero aquel no sería el único logro,
pues Mebahiah y Linda vieron como su familia aumentaba, y ello gracias al
nacimiento de un alma noble y elevada que desde el cielo decidió visitar la
morada del Maestro Constructor.
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